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martes, 2 de agosto de 2011

Aluvión de pensamientos sobre un domingo porteño.

Este domingo que pasó, el de las elecciones porteñas, escuche en el colectivo como un pasajero invitaba a la charla a otro diciendo: “son graciosos los cordobeños, no?”, lo cual me lleva a pensar que, si de gracia hablamos, me quedo con los santiagueces… no porque los prefiera como personas, pero se me hace que tienen el humor inculcado dentro de la tradición, la cual es más que prolífera, y se manifiesta de manera inmediata ni bien se arranca con el primer trago de cerveza. Sin ir mas lejos, tengo un amigo oriundo de esos lares (seria santiaguez?) que solía utilizar como plataforma de lanzamiento de sus anécdotas la frase: “cuantas cervezas sin vernos!” lo cual le otorgaba, además de la gracia de su interlocutor, un motivo de celebración hasta el momento inexistente. Claro que su razón de ser, su leit motiv si se quiere, no es otro que dar rienda suelta a su vasta riqueza cultural que se manifiesta, ni bien uno se descuida, en una abundante cataratas de cuentos, anécdotas, canciones, etc. Y si de frases santiaguezas hablamos hay una, no se de quien, que me hace acordar a la relación que en mis pensamientos siempre existió y que algún musicólogo algún día habrá de demostrar, si no es que ya lo hicieron, entre la naturaleza (en una acepción amplia del término) y la música. Dice la frase: “el corazón no late, repica”… que es conceptualmente similar a lo que leí una vez de Pascual Quignard, libro que me presto un amigo, quizá el mas entrañable de todos aquellos que tuve alguna vez y por siempre, que se llama nada mas ni nada menos que “El Odio a la Música” el cual decía que el latido del propio corazón es lo primero que uno escucha, y que entre latido y latido se abre paso el silencio absoluto como un oscuro abismo, y entonces de allí que este Señor desprende que la música nace del odio al silencio (será a la muerte?), o por lo menos así lo entendí yo, porque es un libro muy difícil y que leí hace un tiempo ya… y yo me pregunto si uno realmente puede escuchar el silencio?... o sea: escuchar el silencio fuera de su relación con el sonido, no?... y ahora nomás me dieron ganas de poner esa frase de Don Pascual, así que si me permiten una breve interrupción a esta diatriba la voy a ir a buscarla a Internet, nueva religión si es que de fe hablamos … y no la encontré, pero me colgué mirando en youtube (que de alguna manera viene a ser como una discontinuidad en este proceso de ilación continúa, o mejor dicho una ilación tan rápida que se hace invisible a los ojos, como lo esencial para Aristóteles y Saint Exupery)… decía que escribí en el buscador de youtube  “musica pa…” y me tope con un fragmento de una película que vi mil veces (y que si me dejo llevar por lo que los buscadores me ofrecen seguro que veré mil más… la circularidad me persigue!), la cual recomiendo enormemente, que se llama “El Acordeón del Diablo” que podríamos definirla como un documental de Pacho Rada, músico que tiene en su haber ni mas ni menos que haber incorporando el acordeón a la música colombiana de una manera muy anecdótica y que no voy a contar o escribir (para habl… digo, escribir con precisión), así les pica el bicho de la curiosidad y ven (mil veces) la película en cuestión. Y retomando el hilo de esta conversación, que a esta altura debe tener forma de una circular madeja indescifrable que no deseo desentrañar, si ustedes se fijan en el minuto… a ver… 6.42 del video, que ni bien termine de escribir voy a poner en este blog, van a observar que el mismo Pacho cuando se dirige a tocar el acordeón atraviesa un techo de paja, y con su sombrero colombiano se escucha el sonido de la naturaleza, como si fueran unas hermosas maracas colombianas, diciéndonos sin querer y al pasar que la música no es al fin y al cabo otra cosa que la interpretación del mundo que lo rodea, la forma que tiene uno de entender lo que hay alrededor y que nos antecede y también precede, y que a la postre nos confirma que hay algo que el hombre, ese singular y pasajero animal que habita ahora este mundo, nunca va a perder (y menos mal que así sea!): su capacidad de extrañamiento… sobre todo este domingo que pasó, el de las elecciones porteñas…



2 comentarios:

Marcelo Bonelli dijo...

Compañero:
Sus vericuetos filocumbisticos me han entretenido sinceramente, mas no puedo dejar de decir que el extrañamiento en soledad es un ejercicio bastante vacío e insuficiente, pues después de él debería llegar un posterior análisis, ¿cual fue la causa por la cual los eventos que nos extrañaron se sucedieron? En este caso particular muchos han optado por explicar el fenómeno a través de la insensibilidad,la estupidez inherente y la eterna torpeza de los porteños al votar,al mejor estilo Fito Paez; creo que es un gran error, eso no es mas que alimentar al enemigo. Y si uno se pone a revisar en elecciones anteriores el porteño eligió a Ibarra antes que a Macri.
Por lo tanto después del extrañamiento debería llegar la autocritica, algo no fue suficiente, algo fue poco seductor, hubo errores. Por eso repito, si no nos dedicamos a la noble tarea de la mesurada y constructiva autocritica estaremos condenados a cometer los mismos errores una y otra vez.

Afectuosos saludos.
SM, El clarín de la montaña.

Anónimo dijo...

Personalmente estaría 100% de acuerdo con este Sr., si no fuera porque su nombre me genera cierto... escozor. De que lado esta Monelli???.

cumbia o muerte.

g.