Había pasado una semana de instalada en el Bolsón y La Orquesta ya parecía del elenco estable de la Comarca Andina. No fueron pocas las veces que, estando un miembro de la Orquesta caminando por la calle, escuchaba desde algún auto, negocio o casa, sonando a todo volumen, el reciente disco de La Delio Valdez.
La maquina cumbiera funcionaba a todo motor, interrumpiendo la modorra de la tarde en la plaza Pagano y, por las noches, haciendo sacudir los vientres en los boliches de la zona.
En ese preciso momento, cuando la Orquesta parecía integrado al entorno, recibió un llamado ancestral, un grito visceral que calaba en sus huesos, y que exigía a la atrevida Orquesta su presentación ante los confines de la Naturaleza.
La Delio Valdez , sabiéndose alojada en casa ajena, reconociendo a las montañas y lagos como predecesores, admitiendo la majestuosidad de la Naturaleza que lo rodeaba; no dudó en prepararse para realizar el viaje que fuera necesario, abandonando por tal motivo la Plaza Pagano , para luego adentrarse en los confines de las montañas y parapetarse frente a la inmensidad y así conseguir, a como de lugar, la aprobación tácita de la madre tierra.
Y así sucedió una mañana de Enero. Se prepararon los pertrechos necesarios, se verificaron las provisiones, y con asistencia perfecta partió la Orquesta rumbo a las montañas cordilleranas que rodean al Bolsón.
Alcanzado el mediodía, luego de algunas horas de caminata bajo un potente sol que resquebrajaba la tierra, se hallaban los viajeros penetrando en la montaña, avanzando sobre una superficie que se presentaba con mayor o menor pendiente, pero siempre en subida, debiendo sortear vados, arremeter arduas subidas, esquivar precipicios, deslizarse por la nieve y superar los limites propios que imponía el cansancio y la fatiga muscular.
La primer noche culminó luego de 6 horas de ardua caminata, cuando se avistó el refugio al otro lado del río, luego de atravesar un inmenso valle colmados de cipreses y coihues. Allí aguardaban la llegada de la comitiva Jerónimo y Berenice, quienes brindaron palabras de aliento y amasaron el pan que sirvió de alimento para reponer las fuerzas que parecían extenuadas.
Esa noche, con la espalda contra el suelo producto de la extenuación física, aguantando la fresca con el calor del fogón y la ayuda de una bebida espirituosa, en medio de un penetrante silencio que nadie se atrevía a quebrar, sea por cansancio y/o respeto; se hallaban ahí los peregrinos Valdeces, divisando la inmensidad de una noche cerrada, salpicada por brillantes perlas luminosas que cautivaban sus pensamientos, despojando a cada uno de los espectadores de todo anhelo ajeno a la contemplación de la majestuosidad que los envolvía.
Allí, rodeados de la nada, o mejor dicho, contemplando el todo, la Orquesta se hizo parte del entorno, fue retoño, constelación, río y brisa de montaña; comprendió su movimiento, entendió su desarrollo y con el se concibió así misma como parte fugaz de la eternidad.
Al día siguiente todo se veía distinto, y no precisamente porque su entorno hubiese cambiado. Aquello que la había sido hostil le fue suyo. Las ramas de los cohiues le fueron de ayuda para escalar la montaña, los ríos aplacaron su sed y el sol secó las ropas húmedas de transpiración.
La sima estaba cerca, y solo restaba emprender el trecho final, bordeando los lagos Lindo y Tricolor, que regalaban su espectacular brillo a los caminantes. Así, y luego de varias horas de caminata, la Orquesta alcanzó el punto máximo del Cerro Lindo, a 2135 metros de altura; sede donde pudieron contemplar con asombro el largo camino emprendido, manifestación de las distancias que la Orquesta había podido surcar una vez establecida la meta de la sima.
Y desde allá arriba, en ese lugar donde los Cóndores son amo y señor de riscos y cielos, pudieron contemplar atónitos los Valdeces un pequeño punto verde al fondo del mapa terrestre que pudieron identificar como la Paza Pagano ; lugar cuyos limites habían llegado a conformar su mundo, donde antes parecían contemplar su entorno con la misma displicencia con la que el inmenso Cóndor sobrevolaba, en ese momento, por sobre sus cabezas.
La Orquesta se observó así misma, desde lo ojos del Condor. Cambió su perspectiva… lo que antes era el todo, aparecía ahora como una nimiedad, como un punto más dentro de un inmenso y espectacular elenco de maravillas naturales.
El Condor alzó su vuelo imponente recorriendo de punta a punta el risco en el cual se hallaba reposando la Orquesta. En cada planeo, en cada circunferencia trazada por su cuerpo, demostraba aquel su maestría. El Cóndor se acercó hasta la Orquesta , como examinando detenidamente a cada integrante , escrutando sus anhelos y objetivos, analizando sus perspectivas y deseos. Finalmente se elevó al cielo, acercándose al sol, para luego perderse en el horizonte.
Sobrevino un silencio profundo y conmovedor. En la Orquesta se afianzó una honda serenidad, de aquellas que invaden cuando se vislumbra con claridad el rumbo. Por un momento La Orquesta se convenció de que aquel intrépido ser alado no era otro que el Maestro Delio Valdez, quien nos invitaba una vez más a continuar por el camino iniciado.
4 comentarios:
Me emocionan. Que la madre Tierra los abrace siempre. Una crónica impecable, como Uds.
Madre tierra - Padre Sol... así volvimos del Bolson
lindos
Hola gentes! qué loco leer esto recién, después de tanto tiempo... Al parecer la vida se ha tomado este tiempo para volver a encontrarme de esta manera con esta linda gente!
Saludos desde el bolsón, los espero con la llegada de las flores!!
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